Denominamos Mito del Progreso a la imagen de un desarrollo de la civilización en linea recta, de modo que la dirección de avance está fijada, la única alternativa es avanzar más o menos rápidamente, y si hay retrocesos son necesariamente breves.
Esta idea de una linea recta segura es también el supuesto del esquema derecha-izquierda, pese a que nació como alternativa dual: lo uno o lo otro. En los Estados Generales convocados por Luis XVI de Francia en 1789, los defensores del Antiguo Régimen se sentaron en el lado derecho de la sala, los defensores del cambio en el izquierdo. Pero en el siglo XIX esta percepción se transformó en lineal-continua: entre la derecha y la izquierda está el centro, y hay también centro-derecha y centro-izquierda, así como extrema derecha y extrema izquierda.
Las diferencias políticas están ubicadas sobre una recta, la recta ideológica. El motivo es que las transformaciones sociales hicieron surgir nuevos problemas, porque el conflicto aristocracia-pueblo llano dio paso al de burguesía y proletariado, y de esta forma el liberalismo, que era la izquierda, pasó a convertirse en derecha, como resistencia al socialismo. Esto es una consecuencia de la transformación social, es decir del progreso, pero dando por supuesto que es necesariamente lineal. Si fuera realmente así, izquierda sería el partido del avance social, derecha el del retroceso, y caben posturas intermedias o extremas, pero no otras ajenas a este esquema. La civilización no tendría auténticas alternativas cualitativas, ni habría dimensiones separables en el espacio ideológico. Esta topología lineal de las ideologias es aún vigente en Europa. En América Latina, donde los problemas están en otra fase, derecha-izquierda es predominantemente una alternativa dual, no una recta ideológica.
El Mito del Progreso está ya bastante desacreditado, porque no corresponde a la experiencia del siglo XX, entre otras cosas por el constante retroceso de la izquierda en la etapa de auge neoliberal. Pero para lo que en Europa insiste en tenerse por izquierda sigue vigente la recta ideológica, pese a que deriva de ese mito. Esto es un prejuicio inmovilizador, pues si el espacio de las ideas no es lineal, la tarea no es moverse por una linea. Otro mundo es posible significa que la cuestión no es como renovar la izquierda sino abandonar el simplismo de la recta ideológica: salir a campo abierto, es decir, simplemente pensar sin orejeras, por lo pronto quitándose las heredadas.
Notas complementarias
1». Mito del Progreso y religión
El mito del Progreso es dominante en la modernidad occidental y resulta de una transformación cismundista de la visión cristiana del mundo. En esta transformación, el infinito se convirtió en el camino preestablecido de un progreso ilimitado, de un avance en dirección segura, de modo análogo a como la recta infinita es el camino seguro para un movimiento de avance indefinido. La infinitud de la recta no la podemos ni siquiera imaginar, pero la «vemos» en la seguridad del camino a seguir. Este smil fue utilizado por el Cardenal Cusano, uno de los precursores del tránsito a la Edad Moderna. La infinitud extensiva de la recta, y la del universo físico (concepto aparecido por primera vez en este autor) no son la infinitud esencial y simple de la divinidad, pero si su despliegue: para el Cusano, Dios es complicatio mundi (la condensación del mundo), el mundo es explicatio Dei (el despliegue de Dios).
El Progreso ha sido percibido realmente como divinidad, con independencia de que esta visión de la infinitud como fundamento último de la realidad se haya expresado como teísmo o deísmo, como panteísmo, o como ateísmo. Estas diferencias responden al hecho de que la palabra «Dios» es muy equívoca, pues puede entenderse tanto a la sombra de un antropomorfismo, consciente o inconsciente, como dentro de la pura vaciedad ontológica de la teología negativa – para la que Dios es aquello de lo que propiamente no se puede decir nada- como desde alguna posición intermedia, con frecuencia inconsciente de que tiene un componente de antropomorfismo. Para el «progresismo» que se considera ateo, el Progreso es una divinidad impersonal, una fuerza oculta que opera dentro del mundo a lo largo de la historia, pero tan omnipresente, omnipotente y salvador como el Dios personal del cristianismo ortodoxo. Por eso liberarse de esa idea no es cuestión solo intelectual, y para algunos resulta un reto imposible de asumir, en cualquier caso muy doloroso.
2». Mito del Progreso e infinito en la filosofía de la Matemática
El tema Mito del Progreso y religión, tuvo una repercusión teórica importante en el ámbito de la Matemática. Grandes matemáticos como Cantor y Gödel, que entendían que la Matemática es la antesala científica de la Teología, defendieron una concepción del infinito mucho más atrevida que la tradicional.
Este es un símbolo tradicional de la omnisciencia divina. Al añadirle el signo Ω se le da un alcance matemático: expresa lo que B.L.F. denomina Mitomatemática.
En el ensayo Tiempo y Discurso del que nació Transparencia o Barbarie B. L.F. ilustra así la idea (o mito) de un infinito matemático, lo transfinito, absolutamente ajeno a la operatividad de la ciencia. El signo Ωrepresenta la clase de los ordinales y contiene a todos los ω ω , etc. , que son ya formas de suprainfinito. Cantor, Hilbert y Gödel son los grandes matemáticos más identificados con esta concepción. Tanto Cantor como Gödel consideraban la teoría del transfinito como antesala científica de la Teología. A pesar de moverse en un plano absolutamente abstracto, este optimismo matemático constituyó un refuerzo cultural del optimismo económico del crecimiento lineal ilimitado, es decir, del mito del Progreso en la dimensión económica. Por eso es legítimo llegar desde el bluff del transfinito en Matemática al bluff del economicismo.
Santo Cantor Santo Hilbert Santo Gödel
3». Recta ideológica y realidad de la política
El carácter de prejuicio no puramente intelectual (en cierto modo «religioso») de la recta ideológica, y su dependencia del mito del Progreso, hace que funcione aunque todo el mundo sabe que la diversidad política no responde a ella: anarquistas, trotskystas o estalinistas son considerados «extrema izquierda», opuesta a la izquierda moderada socialdemócrata; pero entre ellos hay más antagonismo que con estos. El fascismo histórico estaba por su programa socioeconómico muy a la izquierda de la izquierda de hoy (Falange Española reivindicaba la nacionalización de la banca, cuando hoy es ya «extrema izquierda» la propuesta de una banca pública para garantizar que el ahorro se canalice a la inversión); pero por otro lado es correcto llamarlo extrema derecha, por su enfrentamiento a muerte con la izquierda, por su reivindicación de la violencia y por su sacralización del Estado, la Nación o la Raza. Lo que pasa es que durante gran parte del siglo XX todavía no se había demostrado claramente que la historia no avanza de modo seguro hacia un futuro de felicidad general, y eso favoreció el simplismo de la recta ideológica, pese a que la complejidad de las ideologías realmente existentes invitaba a lo contrario. Y más aún su inconstancia, el casi general incumplimiento de promesas y programas, la existencia de corrientes, los giros de los líderes y las transformaciones ideológicas explícitas de todos los partidos.
___
*El autor de Transparencia o barbarie, Basilio Lourenço, quiere establecer a través de los pequeños artículos que iremos publicando en este blog un diálogo inicial con los lectores y lectoras del ensayo, así como con las personas con una cierta preocupación por el mundo que habitamos. Si lo deseáis, podéis contactar con él y participar de este diálogo, a través de esta misma web y de nuestras redes sociales, principalmente facebook y twitter.