El despilfarro está estructuralizado en la forma de ineficiencia rentable pero, pese a ello, el incremento de la productividad no se ha detenido, porque está en la lógica interna del sistema industrial. Su desarrollo natural sería un sistema social en el que ha desaparecido absolutamente la pobreza, aunque haya grandes diferencias entre los que tienen lo suficiente, y los que tienen mucho más de lo que pueden realmente consumir.
Pero es manifiesto que no es así. Es necesario percatarse de que, con independencia del análisis que se puede y tiene que hacer de los complejos mecanismos sociales, culturales y políticos que en esto operan, el diagnóstico global solo puede ser:
1. El sistema imperante es absolutamente irracional.
2. Los decididores que creen tener la sartén por el mango y visto con su miopía la tienen, son absolutamente inconscientes de como es el mundo que quieren controlar, y por eso no entienden por qué no pueden controlarlo; sus palos de ciego van a más. Por ahora, el mecanismo para absorver el incremento de la productividad manteniendo el exagerado desequilibrio es el despilfarro más absoluto: la guerra generalizada, cuando más absurdos sus motivos mejor.
El uso sistemático de la ciencia puede conducir en muchos casos, no solo excepcionalmente -como ha sucedido con la viruela- a la erradicación de los problemas, no a su solución paliativa, que es la que interesa a quien hace negocio con ella, por tanto no le interesa que haya solución definitiva. En la sanidad, en el urbanismo y la ordenación territorial y el transporte, en la enseñanza, en general en la articulación de las dimensiones estructurales de la civilización, la eficacia no depende del mercado sino de la visión global, con independencia de que en ciertos casos el mercado sea instrumento adecuado para realizar un ajuste fino, pero nunca para decidir los parámetros principales. La ideología del crecimiento continuo, entiéndase desde la óptica keynesiana o desde la neoliberal, es incapaz de percibir que los avances más radicales de la civilización pueden, en casos decisivos, depender precisamente del decrecimiento económico, de un movimiento hacia lo que denominamos paraeconomía: de un salto grande del valor de uso, precisamente porque disminuye el valor de cambio; es decir, un salto cualitativo dentro de la eficacia.
El problema más estructural de nuestro tiempo es que la fórmula Del paro al ocio, título de un ensayo de bastante éxito en su momento (Premio Anagrama de ensayo 1983 de Luis Racionero) y quizás por eso mismo absolutamente olvidado – normal en una civilización construida sobre el cambio constante, la hegemonía de lo efímero y el olvido- era pura ingenuidad. Pero no por ser materialmente irralizable sino por dificultades que están en el nivel psicosocial-cultural-político. Inconsciencia absoluta es el resumen de esta situación. El crecimiento continuado tiene aún sentido, pero solo por los graves desequilibrios mundiales, porque el único programa económico desarrollista, válido precisamente para el mundo ya desarrollado, es el desarrollo del que aún no lo está.
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*El autor de Transparencia o barbarie, Basilio Lourenço, quiere establecer a través de los pequeños artículos que iremos publicando en este blog un diálogo inicial con los lectores y lectoras del ensayo, así como con las personas con una cierta preocupación por el mundo que habitamos. Si lo deseáis, podéis contactar con él y participar de este diálogo, a través de esta misma web y de nuestras redes sociales, principalmente facebook y twitter. El debate está abierto, puedes seguirlo aquí.