Usamos la expresión metaprograma para indicar una propuesta de política económica de carácter genérico, que debe ser traducida en medidas concretas para convertirse en programa ejecutable. La distinción metaprograma-programa lo que hace es subrayar que una cosa es el objetivo y otra las medidas para realizarlo.
Transparencia como metaprograma económico significa que hay control ciudadano de la gestión. Solo tiene sentido dentro de un sistema político democrático en el que la ciudadanía no se limita a votar cada cuatro años. Es metaprograma tanto político como económico, y en este momento histórico significa que el objetivo prioritario es el desarrollo de mecanismos de control ciudadano. Control ciudadano es intervención directa, no solo elegir a los gestores confiando en su buena voluntad. Y desarrollo es formular modelos y experimentarlos, para institucionalizarlos cuando está comprobado que funcionan. Esto implica tanto transformaciones institucionales como culturales: emergencia de una cultura de la intervención política al margen de la profesionalización política, precisamente para someter esta a control.

La distinción programa-metaprograma sirve para alejarse de lo que denominamos ideologismo. Ideologismo no es lo mismo que ideología, porque significa no solo proponer unos fines y unos medios para alcanzarlos, sino insistir en el planteamiento una vez comprobado que los medios aplicados son ineficaces o insuficientes: ideologismo es la pertinacia de la ideología. Es un fenómeno mucho más extendido que lo contrario, la rectificación de los planteamientos a la vista de la experiencia histórica. Por el contrario, poner el metaprograma por delante es apertura a la rectificación, sin renunciar a los valores de referencia. Es el empirismo político, muy distinto del oportunismo de los políticos, en el que de lo que se trata es solo de mantenerse en el poder como sea.
El objetivo de la transparencia no es de derecha ni de izquierda, sino cívico. Y la consecuencia de su desarrollo no se podría llamar simplemente capitalismo ni socialismo, porque en cualquier caso de lo que se trataría es de que los gestores no puedan operar al margen de todo control. Por tanto es una propuesta pluralista, en el sentido de las ideologías tradicionales, y no se ubica dentro de la recta ideológica. Pero esto no significa que a nivel personal haya que abandonar la ideología, sino que pueden participar en el movimiento tanto personas de distintas ideologías como otras ajenas a ellas, o bien abiertas a nuevos planteamientos. Y solo si el movimiento se plantea como unidad de acción hasta alcanzar ese objetivo fundamental, la institucionalización de la transparencia, puede aspirar a ser absolutamente mayoritario.
Notas complementarias
1». Metaprograma y programa de investigación (según Lakatos)
La noción de metaprograma está inspirada en el concepto de Imre Lakatos programa de investigación. Un programa de investigación no es exactamente una teoría, porque se supone que esta es falsable directamente por la experiencia; sino que contiene un núcleo duro que tiene que ser completado por hipótesis auxiliares, y son estas las directamente falsables. El programa solo es falsado si todos sus desarrollos teóricos lo son. Las hipótesis auxiliares por medio de las cuales el programa de investigación se convierte en teoría o conjunto de teorías corresponden, en la noción de metaprograma político-económico, a las medidas concretas mediante las cuales se pretende experimentar la realización del metaprograma, y por tanto concretarlo y matizarlo.
2». Transparencia y pluralismo ideológico
La noción de transparencia es reivindicada también por la ideología del mercado, pues se supone que este se basa en la transparencia de la oferta y la demanda, y su juego provoca un ajuste macroeconómico automático. La idea de la planificación nace de la experiencia de que ese ajuste automático no funciona con seguridad. Para los partidarios de la planificación, la transparencia es la visibilidad global que tienen los planificadores, pero no los sujetos económicos concretos.
La transparencia de que hablamos aquí es visibilidad global, pero no la visibilidad de un reducido grupo responsable de la planificación; sino visibilidad global abierta a toda la sociedad. Esa visibilidad merece ser articulada, y no vale decir a priori que es imposible, pero tampoco que es con seguridad posible, porque de lo que se trata es de desarrollar los mecanismos de vigilancia del sistema productivo en un proceso aproximativo. Estos mecanismos de vigilancia serían la forma actual de ejecutar la función que en el capitalismo clásico cumplieron las clases protectoras, y su desarrollo permitía la reconstrucción de un capitalismo serio, alejado del capitalismo de casino y de la financierización de la economía a que ha conducido la globalización. El capital no se somete a reglas por si mismo, y en ausencia de controles, quien tiene más éxito es el más desaprensivo, aunque haya ejemplos relevantes de lo contrario (Edison, o Henry Ford). Pero son excepciones, no los modelos que los grandes capitalistas intentan imitar.
Solo el restablecimiento de un capitalismo serio, lo que implica sometido a control de la ciudadanía, abriría paso a la posibilidad de un auténtico socialismo, alejado del burocratismo de la planificación centralizada. Por tanto, a corto plazo, transparencia es una propuesta pluralista, en la que caben las grandes corrientes ideológicas del pasado, no solo las estrictamente de izquierda, y también otras nuevas, que asumen la insuficiencia de los viejos modelos y están más centradas en los nuevos problemas surgidos en la civilización.
3». Transparencia y socialismo en Marx, y la gravísima mistificación del marxismo en el siglo XX
La alternativa capitalismo-socialismo es para Marx equivalente a vigencia de la estructura-cancelación de la estructura, lo que significa simplemente: inconsciencia global-conciencia global. Por tanto, la transparencia que hace posible esa conciencia global es lo verdaderamente esencial del socialismo, no la nacionalización de los medios de producción. En tiempos de Marx no se percibía otra forma de racionalizar el sistema productivo que a través de ella, porque la necesidad de la existencia de empresarios, aunque actúen en nombre del Estado o de toda la sociedad, no se había hecho patente, como tampoco el hecho de que los problemas de la gestión compleja en una gran empresa son análogos, sea pública o privada. Mucho menos había conciencia de la posibilidad de emergencia de una nueva clase a la sombra de la centralización de la gestion. Puesto que conciencia-inconsciencia no es en general una alternativa absoluta y son posibles situaciones intermedias, ya se ve que el discurso de Marx tenía que conducir a una matización revisionista, en el sentido auténtico de revisión.
La historia del siglo XX discurrió por otro camino, completamente contrario a las previsiones de Marx y también a su necesaria matización empirista, porque apareció un pretendido «marxismo» fuera del espacio de la sociedad industrial avanzada, dentro del que habían surgido tanto el movimiento obrero como la filosofía marxiana, que pretendía clarificar sus objetivos a largo plazo. Frente a esto, la insuficiencia de la teoría de Marx era que no favorecía o ya no permitía percatarse de la trascendencia de los desequilibrios territoriales y de los abismos culturales. Estos fueron sin embargo decisivos en la conversión del «marxismo» en dogmatismo, y en la generación de la Guerra Fria, es decir del bloqueo de la situación mundial por la confrontación de bloques, inmobilizada por el terror nuclear.
En la Guerra Fría, la pretensión de cambio profundo, tanto de un lado como del otro, era traición, porque en una situación de «todo o nada» la crítica ya lo es. La filosofía del cambio social por acceso a la conciencia global, que era lo esencial en el pensamiento marxiano, se convirtió en un instrumento del inmobilismo, así como de la simplificación y congelación del discurso político. El concepto estalinista del «socialismo en un solo país», y por tanto la posibilidad de un bloque capitalista y otro socialista enfrentado a él, en los cuales lo decisivo era la inamobilidad del poder establecido y cualquier crítica era ya «sabotaje», consolidó ese inmobilismo.
El revisionismo de la socialdemocracia criticó el simplismo de la teoría del valor, y abrió paso a un planteamiento que ya no era de todo o nada, posibilista y gradualista. Pero frente al desequilibrio mundial fue tan ciego como Marx. Su impotencia deriva de su irrestricta fe en el mito del Progreso y fue reforzada por la congelación ideológica de la Guerra Fria, con lo que quedó reducida a «vagón de cola» en el aparentemente imparable avance del neoliberalismo.
4». La socialdemocracia como referente necesario
La formulación de una alternativa sensata de transformación profunda a largo plazo pasa por dos decisiones relacionadas ambas con la socialdemocracia: 1», asunción muy consciente de su gradualismo. 2», rechazo muy claro de su ideologización de la impotencia y por tanto de su seguidismo respecto a las tendencias intrínsecas de un capitalismo que está ya fuera de control. Que esto tenga que suceder a través de una iniciativa de organización absolutamente rupturista, o que pueda cumplirse también en parte por un movimiento regenerativo interno, no es lo relevante, porque esos dos procesos no son incompatibles sino sinérgicos.
5». La naturaleza del capitalismo actual y la vigencia del planteamiento de Marx en su contenido más esencial
Es ya pertinente denominar poscapitalismo al capitalismo actual, y más operativo para identificar la gran diferencia con la situación del siglo XIX y de la primera mitad del XX. Esta diferencia no implica la desaparición de los desequilibrios sociales, de la pura injusticia, ni de la consolidación de privilegios y de la estructuralización de la pura irracionalidad, sino todo lo contrario; pero todo esto sucedía más abiertamente en el feudalismo, y no por eso lo confundimos con el capitalismo.
La secuencia feudalismo -> capitalismo -> socialismo es la forma asumida por Marx del mito del Progreso, y es tan ingenua como la otra, la de la recta continua, aunque a diferencia de ella toma una forma «dialéctica», y suponga que hay una sucesión de saltos. La complejidad de la historia real no es reductible a una linea recta, pero tampoco a una sucesión de saltos siempre hacia adelante. Lo más grave de esa ingenuidad es que no puede entender procesos de retroceso absoluto ni enfrentarse a ellos. La percepción marxiana de la historia es tan simplista y optimista como su modelización de la economía capitalista. Pese a eso, lo más esencial de su discurso, que está ya en su planteamiento inicial antes de concentrarse en la teoría económica, no solo conserva su vigencia sino que hoy está muy intensificada: el problema fundamental es inconsciencia, y la alternativa es racionalidad social, asentada en la transparencia de los fenómenos relevantes. Es por tanto necesario plantearla como objetivo fundamental, hacer propuestas de implentación, someterlas a experimentación controlada, aprender de los errores y no considerarlos como motivo para abandonar el proyecto, sino para encauzarlo.
6». Transparencia y socialismo
Hasta dónde es posible llegar en el desarrollo real de la transparencia no es evaluable a priori, porque depende de condiciones tecnológicas y culturales cambiantes, y su cambio no es predictible con seguridad. La afirmación, puramente desiderativa, de que es posible llegar a un nivel muy alto, que sería lo que merezca ser denominado socialismo, no constituye un programa político ejecutable, solo una elucubración de futuro, que es pertinente mantener en el debate social para que no se vuelva mortecino. Pero carece de operatividad inmediata, y por tanto no constituye una identidad política, aunque insistan en ello los que en el fondo lo único que quieren es «salvar su alma», no salvar al mundo… y llevan ya bastantes décadas demostrándolo. Un fenómeno muy distinto pero no menos negativo es el de los que reivindican títulos como marxista, socialista o revolucionario con un contenido trivializado o ya sin contenido alguno.
Pero aunque socialista no tiene significado operativo a corto plazo, si tiene sentido intentar y experimentar medidas puntuales presocialistas, precisamente porque el gradualismo es imprescindible. Pues lo que tampoco tiene sentido es que una transformación profunda del poscapitalismo actual, por un desarrollo creciente de la transparencia, sea absolutamente simultánea en todo el mundo. Lo que si es cierto es que su solidez e irreversibilidad solo estaría establecida como efecto de la universalización. Esto era para Marx una evidencia, y para todo el marxismo al comienzo del siglo XX, incluído Lenin, aunque dirigió la construcción de las condiciones que hicieron posible lo contrario, como consecuencia de que su enfoque, determinado por el tacticismo, sobrevaloró la llegada al poder y minusvaloró los problemas que vienen después. La nefasta idea estalinista del «socialismo en un solo país» (que en 1917 no se le había pasado por la cabeza a nadie, ni en Rusia ni en Europa occidental) creó las condiciones para el bloqueo político e ideológico de la Guerra Fria, para hacer imposible el avance hacia el socialismo en el mundo más desarrollado, y finalmente para liquidar lo muy poco que de socialismo tenía el sistema burocrático de la URSS. Y recordemos algo absolutamente esencial: para liquidar desde dentro, no por una acción dirigida desde el bloque capitalista, al que el proceso cogió tan de sorpresa como a la mayoría de la izquierda.
Y la situación creada después de la liquidación de la URSS deriva también de ese gran fracaso histórico. La prepotencia del neoliberalismo obedece a que, por lado, es heredero de una tradición de derecha rancia para la que el mundo es esencialmente bipolar, por tanto derecha-izquierda coincidía con bloque occidental-URSS y la izquierda antiestalinista no contaba, era pura poesía sin operatividad; y por otro, todos sus integrantes son analfabetos funcionales en cuestiones históricas, sociológicas y culturales (algunos de modo general), y no pueden entender que el desconcierto por la desintegración de la URSS, y la impotencia que ya venía de atrás y entonces dio un salto, no van a durar indefinidamente. Pues son efectos del simplismo miope en el que la mayoría de la izquierda tradicional participó tanto como ellos, pero esa izquierda no es en absoluto la alternativa actual a su prepotencia. Como tampoco van a durar indefinidamente las insuficiencias inmediatas de la traducción de la indignación en proyecto político, aunque lo más probable es que sus efectos queden, como mucho, a mitad de camino…
Por ahora, como diría Hugo Chávez.
Pero la historia no va acabar ahi. La historia nunca acaba «ahí», porque nunca acaba.
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*El autor de Transparencia o barbarie, Basilio Lourenço, quiere establecer a través de los pequeños artículos que iremos publicando en este blog un diálogo inicial con los lectores y lectoras del ensayo, así como con las personas con una cierta preocupación por el mundo que habitamos. Si lo deseáis, podéis contactar con él y participar de este diálogo, a través de esta misma web y de nuestras redes sociales, principalmente facebook y twitter. El debate está abierto, puedes seguirlo aquí.