Es un hecho sobradamente conocido, y considerado «natural», que las empresas industriales tienden a limitar artificialmente la vida útil de sus productos que no son consumibles, o perecederos. Esto es lo que llamamos ineficiencia rentable: significa que, contradiciendo el mito de la competencia como vía general de optimización, a las empresas no les interesa poner en el mercado productos mejores por ser más duraderos, y esto no solo cuando por mejores son necesariamente más caros, sino cuando costarían lo mismo, o incluso un poco menos: hay casos en que lo que se llama obsolescencia programada está instalado en el producto (por ejemplo, como un archivo de programa oculto sin otra función que, pasado un tiempo, ordenar la desintalación de otros archivos, con lo que ciertos programas o aplicaciones dejan de funcionar), por tanto su presencia implica que el coste sea mayor, aunque en una medida no perceptible. Pero el beneficio que reporta para el fabricante si es muy perceptible, porque significa garantizar la posibilidad de seguir vendiendo el mismo producto, u otro equivalente, sin peligro de saturación del mercado por la gran dureza de los instrumentos.
En principio, que los instrumentos más baratos sean también menos duraderos, parece natural, y en la primera etapa del capitalismo solía ser así. La fórmula «nadie despilfarra tanto como los pobres» responde al hecho de que quien tiene pocos recursos puede adquirir instrumentos baratos, no otros más caros; y aunque estos resultarían en el largo plazo más baratos porque durarían mucho más (además de ser más eficientes), adquirirlos es un problema de liquidez y por tanto de capacidad de inversión, que es lo que no puede hacer quien vive al día. Pero este mecanismo ha resultado insuficiente hace ya mucho tiempo: la disminución de la vida útil de los instrumentos, no porque así el coste de producción disminuya sino simplemente porque hay que garantizar la continuidad del consumo, es un criterio muy consciente y absolutamente general.
Notas complementarias
1». El concepto de obsolescencia programada apareció ya en los años 30, incluso se llegó a proponer en USA su imposición legal como medida para salir de la recesión (Bernard London). No se trata por tanto de una práctica vergonzante dentro del capitalismo. La expresión se popularizó más tarde, en los años 50, pero se considera que el concepto se generó ya en los 20, y no apareció como denuncia, sino como algo positivo.
2». Es improcedente considerar como ejemplo de obsolescencia programada el modelo T de Ford y en general los productos de la cadena de montaje que él inventó, porque en este caso la poca dureza derivaba del abaratamiento, aparte de que el modelo T era fácilmente reparable. Por el contrario, lo que hoy se busca de modo muy activo y consciente es el usar y tirar.
3». La ineficiencia rentable es un fenómeno general y va sistemáticamente a más. Todo el mundo sabe que si un aparato de cierta edad se estropea, es preferible repararlo a comprar otro nuevo, porque la vida útil de este va a ser mucho menor. Una de las políticas que caracterizan la ineficiencia rentable es la retirada del mercado de los repuestos o, más recientemente, eliminar ya en el diseño la presencia de piezas separables para que la reparación sea imposible, aunque de hecho existan talleres capacitados para ejecutarla con plenas garantías.
4». La trascendencia sociopolítica de este fenómeno reside en que, como consecuencia de él y otros análogos, la contradicción fundamental en el sistema capitalista ya no es entre capitalistas y trabajadores, sino entre el sistema productivo y los consumidores en general. La crítica que se sigue de los planteamientos de la izquierda tradicional, en particular de la teoría de Marx, no es en razón de que fuese demasiado pesimista respecto al funcionamiento del capitalismo, sino al contrario, demasiado optimista, porque ni a Marx ni a nadie en el siglo XIX se le pasó por la cabeza que fenómenos de este tipo pudieran surgir dentro de un capitalismo basado en la competencia, y mucho menos generalizarse.
5». Queda patente también otra cosa decisiva: el problema no es la propiedad de las empresas, porque también empresas públicas pueden apoyarse en la ineficiencia rentable, y no hay por qué suponer que sus propios trabajadores se opondrían a ello, de introducirse un criterio de autogestión o de cogestión; sino el control ciudadano del sistema productivo, en sentido general, porque en este nivel ciudadanos y usuarios son expresiones equivalentes.
6». El mecanismo de la obsolescencia programada es una forma de despilfarro pero también presupone una rigidez. Pues el problema de saturación del mercado no existiría si el sistema productivo fuese muy convertible, y por tanto la capacidad productiva pudiese ser reorientada en función de la demanda real de cada momento. Esa convertibilidad era el presupuesto del socialismo en el pensamiento de Marx, pero en el llamado socialismo real ni existió ni se intentó que existiese. Igualmente está relacionada con el fenómeno de la automatización y con la cuestión que fue identificada con la fórmula «del paro al ocio». La disminución de la jornada laboral, pero también la potenciación de otras funciones y actividades (especialmente las culturales) sería el desarrollo natural de la sociedad industrial, y en ello se ve que el mantenimiento del poder del capital solo es posible absorviendo de modo artificial e irracional el crecimiento de la productividad. Por eso los gastos militares son considerados positivos por el monetarismo, a pesar de que contradicen claramente su concepto general de limitación del gasto público, y también por eso las guerras inducidas son imprescindibles para mantener un sistema radicalmente anacrónico. Ese anacronismo real no se podría sostener sin el anacronismo de las ideas, puesto que superar el anacronismo implica percibir la posibilidad y dirección del cambio. Pero de esto no es responsable solo la derecha, ni el gran capital.
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*El autor de Transparencia o barbarie, Basilio Lourenço, quiere establecer a través de los pequeños artículos que iremos publicando en este blog un diálogo inicial con los lectores y lectoras del ensayo, así como con las personas con una cierta preocupación por el mundo que habitamos. Si lo deseáis, podéis contactar con él y participar de este diálogo, a través de esta misma web y de nuestras redes sociales, principalmente facebook y twitter.